El compás
El silencio es macizo y es seco
y es despiadado como un alacrán. El silencio tiene el compás rítmico y pesado
de la espera y lo mueve un amasijo oxidado de recuerdos que parecen una de esas
norias sin agua que yacen en la orilla de los caminos que nunca llevan a
ninguna parte. La espera está rota y es lenta, como el mecanismo de un reloj
viejo diseccionado que se esparce por una sucia mesa de madera después de un
martillazo de rabia y un portazo. El compás se diluye en el aire ardiente, en
la indolencia del sudor, en lo que queda atrás.
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