miércoles, 14 de enero de 2009

Reflexiones a la intemperie de un banco mutilado (1)

5:03 am
Cuidado con esa tablilla. Es peligrosa. No parece, pero sí. Los pernos fueron hierro colado alguna vez, o acero. Yo de eso sé tan poco como tú de páncreas o de glándulas suprarrenales, y los tienes dentro. Válganme esos recuerdos difusos de montaña y de bosque que no han logrado borar del todo ni el salitre ni la lluvia. El tiempo. Digo, eso que ustedes llaman tiempo. Lo más raro que hayan inventado. Nadie puede verlo, tocarlo; no huele, ni sabe, ni suena. Y sin embargo ustedes lo pierden, lo gastan, lo ahorran, lo usan, lo hacen, lo dan, lo piden, lo exigen y hasta lo matan. Yo sé qué son cincuenta veranos, cien nortes con marejada, dos mil amaneceres, quinientas lunas llenas, pero no sé lo que compone el tiempo ese de ustedes. Estuvo escribiendo durante muchas horas, dices que te persigue, como si existir -fíjate, existir, que vivir ni se diga -no fuera un juego continuo de persecuciones: ¿Qué persigues tú cuando una inocente frase te persigue? ¿Quién la persigue a ella? Yo tampoco estoy fuera de juego. Inmóvil, silencioso, sí. Pero ni aunque te diera todas las pistas, los móviles, las circunstancias, los aconteceres más fútiles, adivinarías todos los juegos en que estoy al mismo tiempo. Clavadas en la tierra, sembradas en el cementerio, mis patas trasiegan miléculas, intervienen en el comercio de átomos que me traen, desde cualquier distancia, los pregones de las montañas y el susurro de las piedrecitas que yacen dispersas en los caminos. No hay ráfaga de luz que no se lleve algo de mí o algo que me traiga: grano de polvo, semilla extraviada o mensaje anotado con leve iridiscencia sobre una página de sombra. No hay ventolera, llovizna, claror de luna o rocío que no deposite en mí sus confidencias. No hay ni un milímetro de silencio que no contenga la huella dactilar de todos los ruidos del universo. Pero las apariencias son engañosas y ustedes se dejan caer sobre mí sin advertir que les saqueo los recuerdos, y que entre las fibras de mis maderas hay más besos, más éxtasis y decepciones que... [continuará]


"Habanecer", Luis Manuel García, Mano Azul Editora.

Miguel Ángel Maya.
Madrid, 14 enero 2009.


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