sábado, 3 de octubre de 2020

# TEXTOS ENGORDADOS Y OTRAS ESPECIES IV #

 


La llamada – Clara Falegname


El amortajado pelele pequeño pálido inerte sobre las enormes hojas de quién sabe qué vegetal enorme y acogedor y espeluznante y los ojos cerrados y la boca cerrada y los dedos entrelazados sobre el pecho y el rosario y la piel amarillenta como la de una fotografía velada o la de un incendio antiguo. Yo, recién llegada al poblado, venciendo las desconfiadas reticencias y los miedos, lo había conocido vivo o, más bien, agarrándose desesperadamente a un hilo de vida cada vez más resbaladizo y frágil, un hilo con cada vez menos futuro, más incierto, más sucio y enfermizo. Después de una desigual lucha de semanas, una madrugada, el pequeño desistió o decidió descansar o quién sabe qué fue lo que pasó pero el caso es que la lucha cesó y él quedó inerte después de un último suspiro. Cuando tuvo lugar el desenlace de la pelea, lo primero que pensé, rodeada por la música queda de los llantos, fue que yo sabía decir «vida», en la lengua de mis lejanos, desconocidos, hospitalarios huéspedes, pero no sabía decir «muerte». Contemplé y fotografié la ceremonia, tomé notas, elaboré teorías, mientras lavaban, amortajaban y perfumaban el cuerpo, sin dejar de preguntarme cómo se diría «muerte» en la misteriosa lengua en la que ahora, susurrando, lloraban al pequeño.

Fue entonces cuando le pregunté a quien hasta aquel momento había ejercido de intérprete entre ellos y yo, un adolescente de ojos vivarachos y una desesperante parquedad de palabras que me hacía desconfiar seriamente de que estuviese ejerciendo adecuadamente su trabajo.

«¿Cómo llaman ustedes a la muerte?» —pregunté—. Mi joven intérprete me miró extrañado y: «No la llamamos, señora, ella sola viene», respondió abriendo mucho los ojos.

Miguel Ángel Maya (Feat. Clara Falegname)

Textos engordados y otras especies