Would u run to me if somebody hurt you
Even if that somebody was me?
Prince
No sé quién hay ahí al otro lado. Quién entra aquí o quién se queda, si a alguien le importa, si alguien se lo creyó, o si alguien supo alguna vez lo que me traía entre manos cada vez que me apostaba el todo por el todo con una entrada o cada vez que colgaba una retahíla de palabras desganadas. Siempre sentí que esto era como un escenario, donde no se ven los rostros que sí te ven a ti. En un escenario uno puede ser un maravilloso trompetista invisible, pero es tremendamente vulnerable. Cómo explicar que uno se vuelve vulgar al bajarse de cada escenario.
Siempre vi este sitio como un lugar que fui construyendo a base de palabras y músicas y fotos. Quise oscilar entre el pudor del pornógrafo y los juegos de manos. Quise ser Bogart o Garble, quizás quedé en un prestidigitador de tres al cuarto. Quise ser Houdini, y aquí venía cuando quería escaparme. Quise perpetuar las lágrimas y las carcajadas después de haberlas rumiado, después de la música y de los arrebatos o de los disparos, escribir eso que sentía que perdía. Quise empezar de nuevo y dejarme llevar, y deseé con todas mis fuerzas que viniera la muerte y tuviera tus ojos, tal vez lo hice todo como una pataleta de niño chico cuya yema de los dedos no tocara suficiente maravilla, quise vivir lo que no era capaz ni de soñar y soñar lo que no había vivido, lo que me había pasado de largo.
Nunca me di cuenta de las cosas que me estaban pasando hasta que las escribía, pero cuando las escribía ya era demasiado tarde y ya no estaban, o no recordaba bien lo que había pasado. Siempre fue así, desde que empecé a escribir historias con seis años. Supongo que en realidad siempre habrá sido así desde que el primer mono decidió inventarse símbolos para fijar en alguna parte algo que se había inventado y que temía olvidar. Yo no sé por qué empecé a rellenar cuadernos, por qué lo necesitaba. Era algo sin sentido: lo hacía: cogía una pluma y escribía. Porque sí.
Sin miedo ni corsé, sin un plan premeditado y alevoso o una estructura que respaldara y legitimara todo, con defectos y virtudes eso era simplemente lo que quería hacer. No estoy seguro de haberlo conseguido, pero no lo hice para encontrar nada sino por el placer de buscarlo todo. Mostrar en qué andaban mis andanzas, literaturizar mis pasos, desengrasar los huesos, y olvidarme del martilleo de las sienes, de esa angustia que se nos adhiere a la garganta, de esas putas lágrimas apelotonándose en los ojos, del ansia de querer ser más de lo que se es, de las ganas de devorar o de llorarlo todo, de la felicidad de estar vivo o de buscar dónde estaba la frontera entre lo que podía dejar entrever de mí y lo que no.
Eso quise, sin implicar a nadie y tratando de no desvelar demasiado de mi intimidad, relatar mis trashumancias, mis caídas, mis delirios y mis secretas orgías para detener ya casi en el aire dos o tres gritos bestiales, desgarrados gruñidos de caverna con los que podría más eficazmente decir lo que en verdad siento y lo que soy, como decía Maqroll el Gaviero en la cita que hay justo debajo de Groucho, aquí a la derecha.
Bien, creo que el juego ha llegado demasiado lejos.
Supongo que eso no le importa a nadie, si es que hay alguien al otro lado, pero creo honesto decirlo.
Quizás en otro momento de mi vida habría seguido jugando con fuego. No ahora. Me siento vulnerable y demasiado desnudo. Mi autobiografía, la de carne y hueso, la que duele de verdad, necesita de todas mis fuerzas. No ha pasado nada que no haya pasado ya en miles de películas y de libros, pero ahora le ha pasado a mi vida, y la explosión que ha sonado no era la de una viñeta de cómic, ni puedo mezclar segundas personas del singular impunemente, como un festivo o triste encuentro de las aguas de dos ríos amazónicos turbios. No. Ahora hay nombres y apellidos y me importan demasiado. A quién le importan los problemas de tres pequeños seres en este loco mundo, se pregunta Rick en Casablanca. Y no le importan a nadie. Ni siquiera tendría que escribirlo aquí, ser tan obsceno, pero siento que debo hacerlo.
Necesito volver a mis cuadernos con las hojas en blanco, a la moleskine recién regalada: abrirla y disparar, emborronar las páginas, fluir, sin pensar si estoy haciendo pornografía o literatura, suicidarme cuantas veces quiera, desnudarme y perderme, pero solo, decírmelo a mí con faltas de ortografía, con crudeza, tartamudear también con la escritura, con la grafía imperfecta de los temblores de las manos, con el arrastrarse de la pluma parker sobre los folios, ser ñoño o estúpido o un hijo de puta sin temor a serlo, eructar y odiarme, escribir palabras de mierda sin afeitar y sin ducharse. Necesito saber lo que siento porque son demasiadas cosas entrechocando y mi cuerpo, como la tierra de Miguel Hernández, tampoco puede tanto.
Soy una esponja saturada, un filamento a punto de fundirse. Tengo un solo corazón y no estoy seguro de que me quepan todos los latidos. Tengo dos manos y diez dedos. Tengo una boca, una piel, dos pupilas, y todo está al límite. Tengo una cabeza que está dando demasiados saltos mortales. Me queman muchos fuegos desde demasiados frentes. Me siento ante precipicios y montañas quizás demasiado altas, y no soy precisamente Indiana Jones. Por más que uno trate de hacer lo que cree mejor, la vida no es ni esos fotogramas donde quiero vivir ni las novelas de las que quise haberme escapado. Necesito respirar, resucitar, llegar al mar, volver a mí. Necesito resguardarme en mis músicas, en mi piano. Necesito entender el porqué de todo esto. Necesito desromper los daños. Necesito el abrazo de personas muy concretas en las carnes y en los huesos y en los tiempos y en los espacios.
Siempre pensé que, si al otro lado había alguien, en cierto modo le debía el hecho de que estuviera ahí, por eso pienso que, cuando tienes invitados en casa y te vas a dormir de repente, lo menos que puedes hacer es tratar de explicar por qué.
La primera entrada de este blog era Famous blue raincoat. No se me ocurre nada mejor para cerrar el círculo que Avec le temps.
Esto no es un adiós, sino un indefinido y ambiguo hasta luego.
Gracias a quien esté o haya estado al otro lado.
(Y perdón por este innecesario epílogo porno)
Miguel Ángel Maya
Sevilla, 3 abril 2011
CONTINUARÁ
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