Todos los fuegos
La casa estaba vacía. Solo había
escombros, polvo, silencio. Y libros. Cientos de libros que no sabíamos si
clasificar como escombros, polvo o silencio. La última noche, antes de
escaparnos, supe que, si bien al
principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del
tiempo, al ingeniero del Peugeot 404 le daba ya lo mismo. Esa, no otra, fue
nuestra perdición.
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