Viernes 13 de diciembre de 2013
Pedro Larrañaga: Está
claro que se puede aprender a escribir (hay miles de ejemplos, tú entre ellos),
pero ¿crees que se puede enseñar a escribir?
Miguel Ángel Maya: Esta es una
pregunta para la que no tengo una respuesta del todo formada. Yo como escritor creo
que el hecho de darme cuenta de que un libro no se sostiene en sus palabras
sino en su estructura supuso un antes y un después en mi vida, como lector y
como escritor. Yo me di cuenta de ello leyendo, y preguntándome qué fallaba en
lo que escribía si estaba bien escrito. Para aprender a escribir es muy
enriquecedor leer no sólo buenos libros, sino también malos libros, libros
fallidos, libros con defectos literarios graves. Quizás si alguien de
contrastada solvencia literaria me hubiera dicho en su momento: «es la estructura,
estúpido», me habría ahorrado tiempo y quebraderos de cabeza. El hecho es que
no tengo claro si es sano ahorrarse ese tiempo o esos quebraderos de cabeza en
vez de darse uno mismo una y otra vez contra la pared. Yo estoy empezando ahora
a ocuparme de un proyecto editorial de narrativa con una pequeña editorial
sevillana llamada Alegoría a cuyo
email llegan constantemente manuscritos. La mayoría son francamente malos y la
inmensa mayoría tienen como denominador común (entre otras cosas) que fallan en
la estructura, en el entramado que debería sostener la historia, que termina
cayéndose. Lo curioso es que muchos de ellos están escritos más que
correctamente, frases impolutas, capítulos redondos, breves, historias simples,
estructuras muy claras como de guión de cine clásico (presentación, detonante,
puntos de giro, crescendo, punto de giro previo al peor momento del
protagonista, peor momento y desenlace) pero son tremendamente aburridos o
cuentan historias que no me interesan lo más mínimo. Me consta que muchos
talleres literarios inciden en ese tipo de libros porque supuestamente la moda
de estos tiempos son las novelas cortas y asequibles para leer en el metro y
eso es lo que buscan las editoriales. Y, a la vista está, es posible enseñar a
manejar estructuras, pero esa estructura habrá que utilizarla para decir algo,
digo yo, y lo que uno está en condiciones de decir o no sólo se enseña, que yo
sepa, cuando se estudia protocolo (esto lo sé porque una amiga mía tenía que
coincidir en un almuerzo con el rey, y los de protocolo de Zarzuela le mandaron
una lista con cosas que podía decirle al rey y cosas que no).
P.L.:
Dejando de lado al rey y las cosas que no pueden decirse a un rey (¿cuáles
serán?), ¿podríamos decir que escribir es como soñar, algo que hacemos solos en
realidad?
MAM: Mi amiga no
quiso decirme qué cosas no se le podían decir. Por ello estoy deseando que el
rey me invite a comer para que a mí también me manden esa lista de tabúes
reales. Yo creo que el proceso de la escritura tiene mucho que ver con la
soledad. Sin embargo, contradictoriamente, pienso que cuatro ojos ven más que
dos, y seis ven más que cuatro, y el resultado de ese proceso de escritura (o
en algunos casos, como la escritura de guiones, salen mejores guiones cuando
los escriben varias personas que cuando los escribe uno solo) necesariamente
tiene que contar con personas que puedan leer la historia sin ningún tipo de
implicación en ella. Esa primera confrontación con otros ojos, después de meses
de soledad, suele ser terrible y saca a la luz las consecuencias nefastas del
ensimismamiento. Sólo cuando estamos enfermos estamos inmersos en nosotros
mismos, cuando nos duele algo, cuando tenemos fiebre, una úlcera, una
enfermedad grave; de modo que tampoco conviene hacer de la literatura una
enfermedad, por ello es imprescindible intentar que la literatura o la
escritura estén solas y nos hagan estar solos el menor tiempo posible.
P.L.:
No hacer de la literatura una enfermedad... Y aun así estamos enfermos por ella
(en sentido positivo claro). Una literatura que no tiene por qué llevar a la
soledad, sino ser una fiesta, una con luces, fuegos artificiales y barra libre
(abstemios incluidos), algo que queremos transmitir en este número de G&R.
Y es que queremos ser más gamberros al escribir, y serlo sin perder el buen
gusto (no tiene por qué estar reñido lo uno con lo otro). ¿Cómo podemos hacer
de la literatura esa fiesta y ser escritores/a gamberros?
MAM: Bueno, yo creo que la
literatura no puede ser otra cosa que una fiesta. Hay fiestas de muchos tipos y
para todos los gustos, pero todas las fiestas son un evento, una especie de
muesca en nuestro espacio y tiempo cotidianos. Todas comparten el hecho de
estar destacadas en rojo en el calendario o en nuestras agendas cuando todavía
ni siquiera se han producido, porque de ellas esperamos algo y porque sabemos
que esa fiesta convierte ese día en especial, convirtiéndose en una especie de
centro de gravedad. En cuanto al gamberrismo, yo creo que esa es una cuestión
que excede la literatura, y que el que es gamberro lo es escribiendo, tomándose
una caña, lavando los platos, hablando con un amigo o discutiendo con su
portera. Hay escritores que juegan a ser gamberros y son ridículos (me reservo
los nombres, como mi amiga con los tabúes reales), sin embargo, una vez
coincidí con Eduardo Mendoza en un
bar, y me pareció un tipo tan gamberro sosteniendo su whisky y mirando
minifaldas de las veinteañeras como escribiendo Sin noticias de Gurb.
P.L.:
¿Nos sugieres entonces que antes de ser escritores gamberros seamos gamberros a
secas?
MAM: En
realidad, más que eso, sugiero que uno escriba como sea, que la escritura que
produzcamos sea coherente con quienes somos. En ese sentido considero que la
literatura debería ser siempre autobiográfica, pero no en el sentido literal de
escribir lo que nos ha pasado a lo largo de nuestra vida o escribir 400 páginas
contando qué nos pasó y qué sentíamos cuando nos dejó nuestra novia, sino que
no concibo que la literatura no hable de lo mismo que hablamos nosotros en
nuestra vida diaria, no se preocupe por lo que nos preocupa personalmente, no
se exprese como nos expresamos nosotros. Lo contrario sería la impostura: me
suda el tema pero como está de moda escribo una novela sobre la violencia de
género, que además gana un premio porque como está de moda sabemos que va a
tener presencia en los medios y se va a vender; un pederasta mata a una niña y
a los cuatro meses te saco una novela sobre ese tema. No sé, me parece pura
impostura. Yo siempre he tenido la sensación de que de los autores que me
interesan y con los que siento afinidad sería un buen amigo. Y siempre he
pensado que a poco que alguien lea mis libros con un mínimo de atención, podría
saber a grandes rasgos cómo soy, qué me gusta, qué me preocupa, qué pienso,
etcétera. Luego, si uno es gamberro, que escriba como un gamberro.
P.L.:
Gracias por el consejo, pero queremos pedirte algo más. Y en esa fiesta de la
literatura, donde puede que haya gamberros, ¿qué música estaría sonando?
MAM: Bueno, si
conjuntamos que hoy es viernes y estamos hablando de gamberros, nada mejor que Seru Girán, uno de los grupos que
lideró el gamberro Charly García, y
la canción con la que «funde a negro» Últimas 2 horas y 58 minutos, Viernes 3 am.
...That's all, folks!...
..(Mañana más)...
Miguel Ángel Maya
24 de enero de 2014
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