...Pedro Larrañaga, colaborador de la revista G&R me propuso en diciembre el siguiente juego para el próximo número: una conversación tête à tête, salvando cibernéticamente las distancias físicas que nos separan entre el norte y el sur del país, que tendría que desarrollarse a lo largo de siete días. Empezamos el lunes 9 de diciembre y terminamos el domingo 15. No había más reglas que preguntarnos y contestarnos lo que consideráramos oportuno y que, al final de cada día, tenía que recomendarle una canción...
...Las voy a ir colgando por aquí en diferido (en concreto 43 días en diferido) aprovechando que G&R saldrá en estos días...
...Bien, agradecido por haber pensado en mí, ahí va la primera de las siete entregas, condimentada con imágenes y otros aderezos...
Lunes 9 de diciembre de 2013
Pedro Larrañaga: Hemos
escuchado a muchos escritores decir que «se le aparecen las historias o tal y
cual personaje». Sin embargo, otros muchos apelan al método, a la búsqueda. En
el caso de Miguel Ángel Maya, ¿las historias están ahí, se aparecen, o te
dedicas a buscar y rascar hasta dar con ellas?
Miguel Ángel Maya: En mi caso, no sé si sería
correcto decir que se me aparecen las historias, más bien diría que cultivo una
especie de mundo paralelo donde esas historias siguen su camino, su vida, su
desarrollo, su curso. Eso incluye por supuesto a los personajes, las calles,
los lugares. Son personajes que vivían sus vidas y les sucedían cosas antes de
aparecer en un libro, y les siguieron pasando cosas y viviendo sus vidas
después del libro. No puedo despedirme de los personajes que ya están ahí, ni
tampoco de las historias que alguna vez estuvieron ahí. De ahí que considere
que un libro es una especie de punta del iceberg, de fotografía de un momento
concreto del estado en que se encuentra ese mundo paralelo que ha seguido su
curso casi sin yo querer. En realidad creo que todo el tiempo estoy dándole
vueltas a las mismas historias, y las nuevas que se suman a esas lo hacen
siempre en relación. Por ejemplo, a veces me pregunto qué habrá pasado con
ciertos personajes de los que hace tiempo no sé nada, a veces me pregunto por
qué no les pedí el teléfono o un correo electrónico en su momento, para
preguntarles de vez en cuando qué tal les va la vida y ver si puedo contar con
ellos para la siguiente novela.
P.L.:Ese
tipo de «acercamiento» a las historias, parece encajar punto por punto con tu
obra El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. Sin embargo, para un lector,
Últimas 2 horas y 58 minutos transmite otra sensación, algo así como una ‘road
movie’ con reflejos personales que el autor necesitara «sacarse de encima» (con
todo lo impreciso que eso resulta). ¿Podríamos decir entonces que, al igual que
evoluciona tu escritura, tu forma de construir, evoluciona también tu búsqueda
de las propias historias?
MAM: Esta es una pregunta muy
interesante que requiere de una contestación algo complicada: ese
«acercamiento» a las historias existe siempre y está vivo, y como todo lo que
está vivo, está en continua evolución y en continuo cambio. Su peculiaridad y
su principal problema es que no necesita ser escrito para que la historia siga
su curso. El libro es anecdótico. Mi principal conflicto con la escritura tiene
que ver precisamente con este discurso literario, que considero que está por
encima de las únicas dos muestras de que dispone cualquier lector: Últimas 2 horas y 58 minutos y El hombre que decía haber salvado a Rebeca
B. En el primer libro, como bien dices, necesitaba sacarme cosas de encima
y quería publicar, pero es un libro realmente endeble desde el punto de vista
de mi discurso literario. Esto lo vivo como una contradicción, porque
supuestamente esa era mi carta de presentación e hice lo que quise, escribí el
libro que quise, lo publiqué con la editorial que yo quería, gané un premio que
pensaba que me abriría puertas, y me dio un colchón económico que para un
teleoperador no estaba mal, el problema es que tengo la sensación de que esa
carta de presentación la eché a perder desde el punto de vista de mi discurso
literario, por eso pasaron casi cinco años entre ese libro y El hombre que decía
haber salvado a Rebeca B., y en esos cinco años pude replantearme muchas cosas
tanto personales como acerca de mi propio discurso literario. En ese tiempo me
habría sido muy fácil escribir cada año una novela de 160 páginas contando un
desahucio, una historia sexualmente sucia, algo con trasfondo político o una
correcta historia de amor con sus conflictos y sus puntos de giro. Quizás
Lengua de Trapo me las habría publicado, y yo sería un escritor más, con unos
libros tan anodinos que daría igual que estuvieran publicados o no (de hecho da
igual, y no están ni publicados ni escritos, como otros sí están tanto
publicados como escritos). Escribir un libro es fácil, el problema es construir
ladrillo a ladrillo un edificio que sea el reflejo de un discurso literario y
de una búsqueda, mucho más compleja que escribir, mucho más intensa que
escribir, con muchas más implicaciones que escribir. De esas búsquedas
surgieron novelas inéditas o libros fallidos pero con un discurso literario
mucho más interesante que los que dejan entrever Últimas 2 horas y 58 minutos o
El hombre que decía haber salvado a Rebeca B., pero también son discursos más
arriesgados y radicales que están contenidos en libros con los que, en
realidad, he naufragado o contra los que no he podido. Por eso nadie los ha
publicado. Es más, salvo un par de editores, la mayoría de esos editores
(incluidos los que eran mis editores) ni siquiera me ha contestado, luego
entiendo que es un discurso literario que no interesa lo más mínimo. Al mismo
tiempo, no puedo evitar sentir cierta vergüenza respecto al mundo editorial si
pienso que lo único que he conseguido publicar han sido esas dos obras, dos
libros absolutamente prescindibles. Afortunadamente tengo la suficiente
insignificancia literaria como para seguir experimentando con mi discurso, y
mostrando públicamente, de cuando en cuando, cómo va evolucionando. En cualquier
caso siento que El hombre que decía haber salvado a Rebeca B. se acerca más
tanto a lo que soy como a lo que se puede considerar un debut literario. No sé
si he contestado realmente a la pregunta.
P.L.: Me
encanta la idea de la distancia entre «el discurso literario» y sus reflejos
(los libros) porque habla de un concepto de «escritor» mucho más amplía que la
de «escritor que publica». En ese caso, entiendo que tenemos la misma distancia
entre el «Maya que escribe» y el «Maya que publica». Conocemos al «Maya
publicado», pero ¿qué nos podrías decir el «Maya que escribe»?
MAM: Bueno, como bien dices, entre los
verbos «escribir» y «publicar» hay, en mi caso, mucha distancia. Paso buena
parte de la semana escribiendo y el montante de páginas publicadas hasta ahora
no llega a las quinientas. Es una distancia casi insalvable diría yo, y que me
produce inquietud y, a veces, frustración. De todas formas creo que en la
mayoría de los escritores es así. No me gusta que haya tanta distancia entre
esos dos Maya: el Maya que escribe es infinitamente mucho más interesante que
el Maya que publica porque el Maya que escribe está todo el tiempo buscando
algo, intentando edificar algo, mientras que el Maya que publica se limita a
constatar, cuando el libro ya se ha convertido en un objeto y por lo tanto ya
nada tiene remedio, que tampoco esta vez ha conseguido encontrar lo que andaba
buscando. Escribir es buscar mientras que cuando se publica se expone lo que se
ha encontrado. Lo que ocurre es que buscar es mucho más rico e interesante que
encontrar. La búsqueda te obliga a moverte, a cuestionarte, a documentarte, a
salir, a leer, a viajar. Por otro lado, es algo que no depende sólo de mí, sino
también de quien tiene la posibilidad de publicar o no hacerlo. Si yo fuera un
editor que hubiera leído todos mis manuscritos, quizás no habría publicado los
dos que se han publicado y sí habría publicado otros en los que esa distancia
entre lo que se busca y lo que se encuentra es mucho menor o en los que hay una
apuesta literaria mucho más arriesgada en la que me juego el cuello o me
implico mucho más desde las vísceras o desde la técnica. Creo que como escritor
del siglo XXI que soy tengo la obligación de montar mecanismos y entramados
literarios nuevos, discursos literarios nuevos, formas narrativas nuevas,
novelas que no suenen a viejo, artefactos que no me parezca haber leído ya.
Tengo esa obligación pero paradójicamente he publicado dos libros que no
responden absolutamente a este discurso que estoy diciendo, luego algo falla en
todo esto; algo falla a la hora de poner en marcha la legitimación de este
discurso cuando escribo ficción. Como lector, me encuentro en la inmensa
mayoría de los casos con que la gente que se puede considerar de mi generación
(un poco más jóvenes o un poco más mayores), yo incluido, y salvo algunas
excepciones, tenemos un discurso literario alarmantemente conservador en los
libros que hemos publicado. A veces me refugio inconscientemente en la estúpida
idea de que la culpa no es nuestra sino de una industria editorial que pretende
domesticarnos a todos, que está formada por editores viejos y cansados, con
esquemas mentales y visiones de la literatura tan ancianas como ellos, que
rechazan los riesgos y bla bla bla, pero hoy en día la industria editorial, la
mastodóntica y represiva industria editorial, pinta muy poco, y nos encontramos
con que lo peor se está publicando en las editoriales pequeñas y sexys,
supuestamente formadas por editores jóvenes y sexys de mente abierta que
consideran que Herralde y Beatriz de Moura son animales mitológicos que hay que
venerar pero que tienen muy poco que decir hoy desde el punto de vista
editorial, animales mitológicos cuyo mejor tiempo ha pasado ya. Bien, esas
editoriales pequeñas y sexys deberían arriesgarse porque al contrario que
Alfaguara o Planeta no tienen nada que perder y porque la edición digital es
sumamente barata y porque no pagan anticipos a los autores y porque los autores
que publican en ellas son jóvenes; sin embargo, en esas editoriales seguimos
encontrándonos con discursos literarios absolutamente viejos, pronunciados por
escritores de veinte y treinta años, jóvenes escritores que tienen discursos
literarios muchos más viejos que Herralde o Beatriz de Moura, que nos
demuestran con ello que siguen teniendo mucho que decir y que no son tan viejos
como creíamos. Y eso es un problema (no que Herralde sea menos viejo, sino nuestro conservadurismo). Y yo formo parte de él, como se puede
comprobar en mis dos libros.
P.L: Tras
toda esta carga de crudeza, creo que sólo se puede echar el cierre a este
primer día. Sólo una petición más: una canción. Una canción para empezar, para
un comienzo, para un lunes, para el primero de siete días. Y, además, un millón
de gracias.
That's all, folks!
(Mañana más)
Miguel Ángel Maya
20 de enero de 2014
P.D. La primera foto está sacada de aquí.
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