...Maruja Torres ha ganado el premio Nadal: aquí vemos a mi amiga Irene disfrazada de berenjena. Mi amiga Irene va camino de convertirse en Maruja Torres, por eso estoy convencido de que también ella, algún día, será una escritora de éxito. Es catalana, vive en Barcelona, y si sigue a ese ritmo de ingestión de gin-tonics, sin duda, llegará lejos, como Maruja. Una noche, o más bien una madrugada, yo llegué a Barcelona en tren, desde Nápoles, y su madre me hizo un bacalao con tomate del que todavía me acuerdo. De Irene también me acuerdo, y cada vez que veo a Maruja Torres, no puedo evitar ver a Irene en el cámping de Londres, o en ese bar de Barcelona, el "Bonovo" (al que Irene va o iba, no sé si existe, porque el bonovo es un mono que resuelve los conflictos sociales follando, según ella misma me contó), o en Madrid, con su gin-tonic en la mano y su cigarrillo de liar... Ay, Maruja, Maruja, le digo. Qué coincidencia: Maruja gana el Nadal e Irene me manda una foto vestida de berenjena.
...Voy a contar una anécdota de Irene: trabajaba en el Instituto de la Mujer, o en algo de Arte Contemporáneo de Barcelona, donde se había organizado una exposición sobre el Maestro Jorge Luis Borges. No sé bien dónde fue, pero sí sé lo que pasó. Irene tenía que ir al aeropuerto a recibir a María Kodama, la viuda del Maestro, la Yoko Ono de las letras hispánicas (Yo, de hecho, no la llamaría Kodama, sino Yokodama), y no había leído nada de Borges. Fue a su cita, en el aeropuerto de Barcelona, nerviosa, temiendo que la señora Kodama descubriera que era una total ignorante acerca de la obra su marido.
Pues bien, para que luego digamos que la naturaleza no es sabia: Irene, que es una chica repleta de alergias, me dijo que la señora Kodama tenía casi tantas alergias como ella, así que se pasaron los tres días que duró la exposición sobre Borges, las conferencias, los encuentros, las ponencias, hablando de alergias, evitando alimentos y ambientes. Irene me dijo que la señora Yokodama es encantadora. Yo me lo creo...
...Yo, que soy novelista de culto (un eufemismo o coartada que suele referirse a los pocos libros que uno vende) tuve un encuentro fugaz con Maruja Torres: esto bastaría a cualquier escritor (incluso de culto, como yo) a decir que Maruja Torres y él son amigos. Yo, como pocos novelistas de culto, soy honesto, por eso no diré que soy amigo de Maruja, aunque siempre ha sido una tía que me ha caído bien. También ayuda el hecho de que me recuerda a mi amiga Irene. "Un calor tan cercano" me parece un buen libro. No pasé de la décima página de "Mientras vivimos", y me pareció extraordinario el libro de crónicas de Latimoamérica. Lo demás que he leído de ella son artículos, pero hubo uno, que apareció en El País Semanal a finales de agosto de 2005 (creo), titulado "Los ojos de Norman Lewis" (no he podido encontrar ningún enlace, así que algún día lo escribiré completo, si encuentro el diario donde lo pegué), que me pareció maravilloso: habla de un libro titulado Nápoles 1944, escrito por Norman Lewis cuando trabajaba para el ejército inglés durante la liberación de Nápoles al final de la II Guerra Mundial. Yo leí ese libro a los pocos meses de llegar a Nápoles, poco antes de leer La pelle (La piel), de Curzio Malaparte, con el que encuentro muchas semejanzas. El libro de Norman Lewis es una crónica del año que Lewis pasó en Nápoles, con el ejército inglés, y está escrito en forma de diario. Pongamos que yo leí el artículo el domingo, y volvía a Nápoles un martes o un miércoles. Hice escala en Barcelona, desde Sevilla, donde me encontré con Pepe, el chico que llevaba la biblioteca del Cervantes: él iba con bermuda, chanclas, todavía arena en los pies, y con resaca de un ácido que se había metido en una fiesta en una jaima en una playa de Almería. Qué pintas llevábamos. Nos vamos a un bar del aeropuerto Pepe y yo, y a eso que nos vemos a Maruja Torres, tomándose un whisky, a las doce de la mañana (esto siempre lo cuento así, pero sinceramente no sé si me lo he inventado, lo mismo Maruja tenía una botella de agua mineral, pero si digo que se estaba tomando un whisky, y nos la imaginamos, no parece que la imagen desentone mucho de una hipotética probabilidad). Como me había gustado tanto el artículo "Los ojos de Norman Lewis", donde Maruja habla de "cuando Nápoles era Bagdad, y Norman Lewis había tenido la lucidez y la valentía de contárnoslo", yo me acerqué a ella y se lo dije. Estuvimos dos minutos de reloj (máximo tres) hablando de Nápoles. Ella me contó que una vez se dejó olvidado el portátil en un hotel y que cuando volvió todavía estaba allí. La escena me sonó tan improbable como el dinosaurio de Monterroso (¿uno deja un portátil abandonado en Nápoles y cuando regresa está allí? Maruja, le dije, ¿de verdad que era en Nápoles? ¿No sería en Zurich? Maruja asintió, moviendo su melena, sus pulseras entrechocaron, y, sonriendo, con esa boca tan suya, llena de dientes rocambolescos, me aseguró que le pasó en Nápoles. Después nos saludamos, ella se fue, y yo me quedé con Pepe, que dormitaba los efectos del ácido en la silla de al lado de Maruja. Éste fue mi encuentro con Maruja Torres. Me alegro un montón por su Nadal. Me cae bien la señora...
...Por cierto, Martín, me ha gustado tu comentario sobre Nápoles a la entrada anterior...
Miguel Ángel Maya.
Madrid, 8 enero, 2009.
jueves, 8 de enero de 2009
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