...Gran parte de mis duermevelas tienen que ver con el rostro de los lectores, en general, y los míos, en particular...
...Siempre que leo un libro por el que daría la vida pienso qué pensaría de mí el autor al ver mi rostro impregnado en maravilla...
...Alguna vez he pensado que me encantaría tener una foto de carnet de todas aquellas personas que alguna vez me leyeron: el rostro del entusiasmo o de la decepción...
...Una vez vi en la estación de Atocha a una chica pelirroja de unos treinta años leyendo un libro, y me quedé mirándola, y pensé que me encantaría que ella fuera una lectora de un libro mío, y en esta entrada escribí esto:
"En Atocha, anoche, había una chica corriendo descalza, con los zapatos de tacón en la mano, porque perdía el tren a Barcelona. Es bonito ver bailes así: levantar la vista de El hombre que amaba los perros, levantar la vista de Ana se cruzó en mi camino en uno de esos momentos tan frecuentes, en que yo me balanceaba en el borde de un foso, y encontrarse con un movimiento de aire y una chica descalza que corre con unos zapatos de tacón en la mano, y que pierde el tren...
...Antes, en el bar de enfrente a la salida del AVE había visto a una chica sentada a una de las mesas, piernas cruzadas, abrigo negro, vaqueros, botas, leyendo un libro, con una cerveza olvidada a medio terminar...
...Es así como me imagino muchas veces a la lectora de un libro mío. Pocas veces imagino un lector. No sé por qué o tal vez no quiera saberlo. Le doy incluso un nombre, una voz, unas pupilas, y la imagino casi siempre así, en una mesa de café, mientras afuera llueve, y tiene un abrigo rojo, y un bolso caótico, y está algo despeinada, y una cerveza a medio terminar, o un café...
...Casi nunca me la imagino bailando, aunque me moriría por ve bailar a mi lectora, me encantaría saber dónde yace el libro, qué fue de él, junto a qué otros libros está, si es querido o no, si de sus labios salió un tienes que leerlo que cayó en los oidos de su mejor amigo o dibujaron una mueca de hastío mientras pasaba páginas con desgana...
...Me gustaría conocer esas otras danzas, esa otra música que empieza cuando se termina la historia...
...Me gustaría sentarme al piano y poner a bailar las manos, me gustaría tocar el piano para que tú bailaras, para que nos viéramos bailar cada uno su baile"
...y días después recibí este comentario, que me estremeció:
"rebeca dijo...
Justo cuando tú escribías esta entrada, yo me leía tu libro. Lo cogí de la estantería, lo metí en uno de esos bolsos tan míos en los que podería meterme yo misma, me puse mi abrigo rojo, me acomodé en la esquina de una cafetería, me pedí un café y me leí las 135 páginas de la primera (o segunda) y de la segunda (o primera) parte del tirón. Durante poco más de dos horas estuve fuera del mundo... o más bien recorriendo el mundo (y tu biografía) a través de unas páginas que llegan casi tan hondo como lo hacen tus palabras en este blog. Sólo con leer el capítulo en que los personajes salen de los libros para cobrar vida habría bastado para compesar los dos meses en los que la editorial me tuvo pendiente de un envío que siempre se retrasaba.
Con la sonrisa en los labios que me produjo ver ese mail que esparaba en lugar del The End, volví a envolverme en mi abrigo rojo, deposité el libro en ese saco sin fondo que llevo por bolso y, de vuelta en casa, encendí el portátil y leí esta entrada. Y me alegré de encajar tanto en tu perfil de lectora como tú en el mío de escritor que deja huella.
20 de febrero de 2010 20:34"
...Ya he escrito alguna vez aquí que considero que los libros son simples anécdotas de las historias, al menos de las mías: las historias suceden en otra parte, los personajes de las historias tienen sus biografías, sus vidas, sus angustias, las historias suceden con la misma ferocidad o arbitrariedad que en la vida: lo último que supe de dos de mis personajes es que habían roto su relación de pareja. Lo supe, curiosamente, por un cuento que no recordaba haber escrito, y en ese cuento se aludía a esa dolorosa ruptura...
...Recapitulemos: por circunstancias de biografías y mudanzas, me he pasado muchos meses sin usar mi ordenador, cuando lo volví a encender decidí hacer limpieza: una tarde empecé a abrir documentos de carpetas con cuentos empezados, esbozados o terminados escritos a lo largo de unos cuatro años y medio. Para mí fue una sorpresa inesperada descubrir que en muchos de esos cuentos se alude a ciertas historias y personajes, que encajan a la perfección ciertas anécdotas, cronológica y secuencialmente, ciertas historias, que hay cuentos donde cuento lo mismo desde perspectivas distintas...
...Siempre había pensado que el libro que recoge una ficción es anecdótico o accidental respecto a esa ficción: las historias están ahí, se suceden mientras nado, mientras conduzco, mientras camino, las historias se suceden a lo largo de los años, los personajes envejecen, evolucionan, involucionan, mueren en esa ficción, asisten a sus funerales, a sus bodas, a los nacimientos de sus hijos, y el libro canaliza algo, a veces, a veces ni siquiera es capaz de canalizar nada, pero lo importante es la historia, el magma. Es en esos cuentos, que ahora he recopilado, donde me he dado cuenta de la ruptura de dos personajes, Katia y Sam, que yo todavía creía fuesen pareja. Se alude a esa ruptura en al menos tres cuentos, aunque ninguno de ellos tenga como centro de la acción esa ruptura...
...Siempre me pregunto qué ha sido de los personajes poderosos: Arturo
Belano se parecía demasiado a Bolaño, por eso en el territorio de la
ficción murió aquella noche de julio de 2003 esperando el mismo
transplante de hígado que Roberto. Ulises Lima también se parecía
demasiado a Mario Santiago Papasquiaro. Olga Orlov no, por ejemplo. No
fue al entierro de Gal Ackerman, ni estuvo en el Oakland, y yo, sin
haber sido amigo de Gal, me pregunto qué estará haciendo ella. Me lo
pregunto sin metáforas, con toda la crudeza. Me pregunto a menudo qué
estará haciendo Olga Orlov ahora. Es tan poderosa que ha entrado en mi
propia ficción a pesar de haber estado en la ficción de Eduardo Lago.
Siempre sentí un dolor por ellos dos, un dolor que fue más allá de las
páginas del libro: más allá del libro porque en el libro sólo vi un poco
de lo que había pasado antes de mí y de lo que seguiría pasando después
de mí, con Gal enterrado en el cementerio danés junto al acantilado...
...Ayer entré en la librería Atlas de Granada. Buscando con esa mezcla de esperanza y escepticismo, como se suele hacer en las librerías de viejo, ese libro que uno no sabe que estaba buscando hasta que se lo encuentra ahí delante, y lo ve, y lo saca, y lo abre, y lo huele, y lee algo por lo que habría dado la vida por haberlo escrito; buscando y después de haberme ya encariñado con una antología de cuentos de Hipólito G. Navarro, me encontré con Últimas 2 horas y 58 minutos. Estaba ahí, como los libros del capítulo 13 de la segunda (o primera) parte en aquella librería de Coyoacán que existe tanto en Coyoacán como en la novela. Estaba ahí, y costaba 8 euros. Estaba ahí como todos los libros prescindibles de este país y de este mundo. Era el reverso de Rebeca y su huella. El lector o la lectora había comprado el libro, quién sabe motivado o motivada por qué, y lo había leído, quién sabe dónde, en qué casa, en qué habitación, en qué circunstancias, quién sabe con qué músicas, con qué ropa, con qué gato, con qué pantuflas, en qué cama, en qué butaca, en qué terraza, tomando qué té, qué vino, acariciando quién sabe qué pies, qué cabellos, en qué autobús público, con qué dolor de cabeza o con qué felicidad cósmica... Lo había leído, y después de leerlo sintió que nada había pasado, tan poco había pasado, que decidió sacarse unas perrillas y presentarse en la librería Atlas y venderlo por unos cuantos euros...
...Me quedé con las ganas de conocer a Rebeca, mi desconocida lectora, en Madrid. En cierto modo pienso que habría sido bonito, pero también pienso que habría sido como apostar a caballo ganador: ella me tenía ganada como lectora, y yo a ella como "autor que deja huella"...
...Ahora lo que me encantaría sería conocer a ese lector o lectora que se hastió y vendió el libro: me muero por saber en qué gastó el nimio botín, qué compró ese lector o lectora con los pocos euros que le dieron por el libro, qué vino se tomó, qué regalo hizo, qué embutido, qué helado, qué libro, qué pegamento de barra...
...Me muero por conocer el rostro de ese lector 2 horas y 58 minutos después de haber leído mi libro, de haberlo vendido, de haberse olvidado, de haber prescindido de él, de haber hecho un hueco en su estantería para engordar las de una librería de las que quién sabe qué mano lo sacará, lo abrirá, lo olerá, etcétera...
...Me muero por conocer ese rostro: lo juro...
Miguel Ángel Maya
Granada, 22 de septiembre de 2012
P.D. La primera foto está tomada en una de las estanterías de la librería Atlas de Granada
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