...miro los tejados cercanos a la Calle Huertas, y veo que no tienen gatos... Es por la mañana, tengo el sabor del café en el paladar. Mañana me voy con Lara a Sevilla, en coche. Sevilla no sólo es una de las ciudades más lindas que conozco, sino que significa una amalgama de recuerdos superpuestos, como la escena de un duelo con espejos de una película de Orson Welles. A veces recuerdo cosas y por no escribirlas se quedan en recuerdos sin gatos.
Ahora que también yo he abierto una bitácora como casi todo el mundo, me pongo a pensar en la frontera entre lo público y lo privado. En 1992 tenía 14 años, y empecé a escribir un diario. Empecé a escribirlo porque estaba enamorado... y porque era un cobarde... Siempre he pensado que uno lo que de verdad quiere ser es espadachín, aventurero, no escritor. La escritura puede ser muchas cosas, pero detrás siempre hay un telón de fondo de cobardía, de música de Jacques Brel, de taza de café, de dormir en la calle. Cuando empecé a escribir el diario, en aquel momento, me preguntaba una y otra vez por qué justo en ese momento empezaba a escribir un diario. Ahora, entre la casa de mis padres de Sevilla y mi casa de Madrid, después de haber vivido en todos los sitios donde he vivido, los diarios recogen las calles de La Habana, de Buenos Aires, de Nápoles, donde viví, de Madrid donde ahora vivo. En los diarios hay recortes de periódicos, crímenes, camas deshechas, gente que pasó por mi vida, que me dolió, que olvidé, amantes, sueños imposibles... Todo eso hay en esos cuadernos. Pero, ¿y aquí? ¿Podría llenar este blog de camas deshechas, de amantes, con nombres, pelos y señales? ¿Serían los diarios el iceberg de la historia que cuente aquí, aunque ellos ya sean el iceberg de la vida? ¿Y si este blog, por el hecho obligado del enmascaramiento pudoroso a lo que obliga lo que uno expone, también fuera un blog sin gatos?
Miguel Ángel Maya
Madrid, 18 de diciembre, 2008
jueves, 18 de diciembre de 2008
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