Con diecinueve años gané un premio de novela muy menor que decidí invertir en un largo viaje por Latinoamérica. Era un viaje que siempre había querido hacer, pero para el que siempre me había faltado el dinero.
Hasta entonces, me había contentado con ejercer mi espíritu viajero con distintos interraíles por Europa o yéndome a trabajar a algún lugar lejano en verano. Es decir, tenía el espíritu pero me faltaban experiencias. El hecho de encontrarme de un día para otro con una cantidad económica suficiente para poder ponerme una mochila a la espalda e irme durante muchos meses a esa parte del mundo que deseaba conocer desde chico era para mí La Felicidad, con mayúsculas.
Hasta entonces, me había contentado con ejercer mi espíritu viajero con distintos interraíles por Europa o yéndome a trabajar a algún lugar lejano en verano. Es decir, tenía el espíritu pero me faltaban experiencias. El hecho de encontrarme de un día para otro con una cantidad económica suficiente para poder ponerme una mochila a la espalda e irme durante muchos meses a esa parte del mundo que deseaba conocer desde chico era para mí La Felicidad, con mayúsculas.
Sin embargo, desde que anuncié mi decisión hasta el día que me marché, no hubo un solo día en que, aquellos que me querían, familiares, amigos, ex novias, intentaran que desistiera de mi propósito: mi futuro viaje era una tierra demasiado incógnita, lleno de peligros, de ogros malvados y otros personajes malignos, selvas, de posibles contratiempos, de lugares desconocidos y en los que tendría que tratar con tipos de mal vivir y peor dormir. Con el dinero podía comprarme un coche o una moto, como habían hecho dos de mis mejores amigos, ¿por qué irlo dilapidando en aventuras entre México y Buenos Aires? Claro, pero es que de eso se trataba, de vivir esa aventura. Yo lo sabía y era lo que deseaba desde que recorría con la yema de mis dedos el curso del Amazonas o las zonas verdes en los atlas, pero no me sentía legitimado para explicarlo, mucho menos para explicárselo a gente mayor y responsable que me veía como un temerario, o a gente de mi edad para quienes la vida era el hogar y las calles conocidas.
No me sentí legitimado hasta que leí una entrevista con Enrique Meneses en un periódico, creo recordar que en El País. En aquel entonces era para mí un tipo viejo, que había estado en Sierra Maestra, que había vivido aventuras; pero un tipo viejo que hablaba con un entusiasmo que, hasta entonces, yo había atribuido sólo a la juventud, o al menos a mi juventud.
No me sentí legitimado hasta que leí una entrevista con Enrique Meneses en un periódico, creo recordar que en El País. En aquel entonces era para mí un tipo viejo, que había estado en Sierra Maestra, que había vivido aventuras; pero un tipo viejo que hablaba con un entusiasmo que, hasta entonces, yo había atribuido sólo a la juventud, o al menos a mi juventud.
En esa entrevista Enrique Meneses decía que no concebía a un chico o chica joven que no quisiera irse y vivir aventuras y buscarse o perderse o encontrarse, conocer lugares lejanos; que no concebía a un periodista joven sentado en una redacción sino yéndose lejos a buscar contar lo que no se puede contar. Aquella entrevista tuvo un efecto de inyección brutal de moral y de entusiasmo.
Compré el billete (sólo de ida) a La Habana gracias a sus palabras, y me dediqué durante nueve meses a vivir aventuras por México, Centroamérica y Sudamérica; crucé fronteras, estuve en selvas, en playas recónditas, dormí en lugares inconfesables y conocí a personas maravillosas. Ese viaje es quizás de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Probablemente, no podría ser lo que soy ahora de no haber hecho ese viaje iniciático con el entusiasmo de un cachorrillo inexperto, y fue Enrique Meneses quien sin saberlo me dio el valor para no atender a todos aquellos que, por mi bien, me pedían que no lo hiciera.
Compré el billete (sólo de ida) a La Habana gracias a sus palabras, y me dediqué durante nueve meses a vivir aventuras por México, Centroamérica y Sudamérica; crucé fronteras, estuve en selvas, en playas recónditas, dormí en lugares inconfesables y conocí a personas maravillosas. Ese viaje es quizás de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Probablemente, no podría ser lo que soy ahora de no haber hecho ese viaje iniciático con el entusiasmo de un cachorrillo inexperto, y fue Enrique Meneses quien sin saberlo me dio el valor para no atender a todos aquellos que, por mi bien, me pedían que no lo hiciera.
Muchísimo tiempo después le escribí por medio de Facebook para contarle esto que acabo de escribir y agradecerle personalmente que sus palabras me hubieran cambiado la vida. A él le impresionó mucho la historia y me respondió con muchísimo cariño. Poco después vi por casualidad que había enlazado mi blog al suyo, y me sentí especial, orgulloso, emocionado, porque alguien cuyas pupilas habían visto tanto, no hubiera perdido el entusiasmo, no se hubiera dejado llevar por el cinismo o el desencanto, y disfrutara leyendo el blog de un Don Nadie como yo (y sobre todo porque al pasar el ratón por encima, se leía: “Un gran poeta y músico. Enamorado de la aventura como yo”)
Quería haberlo conocido personalmente, pero mi timidez me impidió escribirle nunca para preguntarle dónde vivía y hacerle una visita. Es algo de lo que siempre me arrepentiré.
Anoche tenía insomnio. De madrugada me enteré en la Red de su muerte. Mirando al techo me acordé de aquel viaje odiseico que me cambió la vida. Lloré y sonreí, y pensé en cómo sería, para alguien con su vitalismo y su avidez de conocimientos la percepción de la muerte, el momento de morir.
Y te deseé buen viaje, Enrique, soñador definitivo, que soñabas y estabas en el mundo. Y volví a darte las gracias por haber pasado por mi vida.
Migue
P.D. Las fotos están tomadas de esta extraordinaria entrevista en Jot Down.
P.D. II
*
5 comentarios:
Ha conseguido emocionarme este relato de boca del estómago. Suerte, Meneses.
magnífico, miguel angel, esta historia no sólo me ha emocionado sino que me ha traido a la mente mil sensaciones vividas que desde el pasado hablan de futuro, de juventud, de libertad, de vocación, de aire fresco... en esos tiempos que corren esa amalgama de imágenes y sentimientos que contiene tu post me producen una cierta esperanza, porque seguro que hoy, leyendote, ha habido quienes han tomado la determinación de actuar como tu y otros hicimos en nuestros respectivos momentos motivados por entrevistas como la que a ti te provocó. mi recuerdo entrañable para Enrique Meneses.
...Gracias...
...Si, es lo que tienen los textos: a veces pueden salvarte la vida sin que el autor sepa absolutamente nada...
;-)
Buf.
:-S
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