EL TRADUCTOR DE HH
José Sámano El País, 28/4/2010
A la hora de la verdad el Inter fue el Inter, el de hace 45 años, el de toda la vida, el de los once cerrojos, el que mina el juego siempre al límite del reglamento, el que no tiene pudor en mostrar la cara sucia. Todo vale, todo por una victoria. El fin justifica los peores medios. Lo mismo da Helenio Herrera que José Mourinho, capaz de rebobinar a HH y a Nereo Rocco casi medio siglo después, un técnico del ayer que triunfa hoy como traductor del catenaccio. Un entrenador que hoy será entronizado por desteñir a un Barça imperial, un equipo que tanto el último tramo en San Siro como en toda la jornada del Camp Nou acabó con Piqué de ariete, un síntoma de las vías de unos y otros. Esta vez, al fútbol le salió cruz.
El fútbol es generoso hasta con quien no lo mima. Hasta con quien es capaz de colgar un Picasso en el sótano; o lo que es lo mismo, reventar la banca con Eto'o, un goleador supremo, para que juegue de lateral matraca frente a un central (Milito) improvisado como lateral postizo. No importa, todo por la causa, la única causa de los grandes estrategas de las grescas, las pérdidas de tiempo sucesivas, del circo permanente, de los patadones groseros... A veces amagan con otros caminos, como, para alivio de este deporte, hizo el Inter en Milán, donde superó al Barça. La causa es la causa, lo mismo da que sea deportiva o pendenciera. La victoria redime, algunos no tienen otra gloria. Metabolizan el éxito como una receta contra los complejos, como una vía de provocación, como si precisaran la humillación ajena para la exaltación propia. Eso hizo Mourinho, rápido para apropiarse del marcador con sus desplantes al público sobre el césped del Camp Nou, donde se graduó.
Así es el fútbol, tan socializado que todos caben, todos ganan, aunque no todos pierden. No lo hace el Barça, ese equipo de autor bendecido por sus triunfos y su gratificante estética. El equipo de Guardiola ha remado con arte de podio en podio, doble éxito, dejará huella. Su caída puede ser sólo un paréntesis. Frente a la albañilería interista hizo los honores, cayó con su estilo, en la orilla y por un solo gol. La casualidad favoreció el antisistema de Mou.
Nadie recordará a este Inter de Mourinho, salvo porque renunció a un fabuloso espectáculo en favor de una gran Copa. Legítimo. Muchos brindaron por su atajo hacia Chamartín en detrimento azulgrana. Quién sabe si no sólo como inquilino de una final. Al fin y al cabo ha sido el virus contra el Barça y quizá algún día emigre con su modelo a otras ligas. Y ganará, por qué no. Y será bendecido por quienes no tienen más objetivos que ese. Ser resultadista siempre es una tentación, por mucho que se rebata en tertulias. Qué más da. Lo que cuenta es que Mourinho y su Inter estarán en la final. O al menos es lo que prevalecerá en el calcio y entre los antibarça. Luego habría que ver cómo se abriría paso, por ejemplo, en un fútbol como el español, nada refractario a los murciélagos. Para los que quieran el éxito a toda costa, Mourinho. ¿Y la excelencia?
José Sámano El País, 28/4/2010
A la hora de la verdad el Inter fue el Inter, el de hace 45 años, el de toda la vida, el de los once cerrojos, el que mina el juego siempre al límite del reglamento, el que no tiene pudor en mostrar la cara sucia. Todo vale, todo por una victoria. El fin justifica los peores medios. Lo mismo da Helenio Herrera que José Mourinho, capaz de rebobinar a HH y a Nereo Rocco casi medio siglo después, un técnico del ayer que triunfa hoy como traductor del catenaccio. Un entrenador que hoy será entronizado por desteñir a un Barça imperial, un equipo que tanto el último tramo en San Siro como en toda la jornada del Camp Nou acabó con Piqué de ariete, un síntoma de las vías de unos y otros. Esta vez, al fútbol le salió cruz.
El fútbol es generoso hasta con quien no lo mima. Hasta con quien es capaz de colgar un Picasso en el sótano; o lo que es lo mismo, reventar la banca con Eto'o, un goleador supremo, para que juegue de lateral matraca frente a un central (Milito) improvisado como lateral postizo. No importa, todo por la causa, la única causa de los grandes estrategas de las grescas, las pérdidas de tiempo sucesivas, del circo permanente, de los patadones groseros... A veces amagan con otros caminos, como, para alivio de este deporte, hizo el Inter en Milán, donde superó al Barça. La causa es la causa, lo mismo da que sea deportiva o pendenciera. La victoria redime, algunos no tienen otra gloria. Metabolizan el éxito como una receta contra los complejos, como una vía de provocación, como si precisaran la humillación ajena para la exaltación propia. Eso hizo Mourinho, rápido para apropiarse del marcador con sus desplantes al público sobre el césped del Camp Nou, donde se graduó.
Así es el fútbol, tan socializado que todos caben, todos ganan, aunque no todos pierden. No lo hace el Barça, ese equipo de autor bendecido por sus triunfos y su gratificante estética. El equipo de Guardiola ha remado con arte de podio en podio, doble éxito, dejará huella. Su caída puede ser sólo un paréntesis. Frente a la albañilería interista hizo los honores, cayó con su estilo, en la orilla y por un solo gol. La casualidad favoreció el antisistema de Mou.
Nadie recordará a este Inter de Mourinho, salvo porque renunció a un fabuloso espectáculo en favor de una gran Copa. Legítimo. Muchos brindaron por su atajo hacia Chamartín en detrimento azulgrana. Quién sabe si no sólo como inquilino de una final. Al fin y al cabo ha sido el virus contra el Barça y quizá algún día emigre con su modelo a otras ligas. Y ganará, por qué no. Y será bendecido por quienes no tienen más objetivos que ese. Ser resultadista siempre es una tentación, por mucho que se rebata en tertulias. Qué más da. Lo que cuenta es que Mourinho y su Inter estarán en la final. O al menos es lo que prevalecerá en el calcio y entre los antibarça. Luego habría que ver cómo se abriría paso, por ejemplo, en un fútbol como el español, nada refractario a los murciélagos. Para los que quieran el éxito a toda costa, Mourinho. ¿Y la excelencia?
P.D.
Y a todo esto, lo de Touré no fue mano.
Miguel Ángel Maya
Madrid, 29 abril 2010