...Me produjo sentimientos encontrados, me revolvió el estómago, me reconfortó, me inquietó, todo a partes iguales. Lo primero, como siempre que se ponen a trabajar mis vísceras antes que yo mismo me haga una idea, fue darme cuenta de lo que más me molestaba de ella: en primer lugar, lo que me molesta de todo esto, siempre: la insignificancia...
...La insignificancia de los seres domesticados: por la mañana terminaba el guión del primer corto que voy a rodar: sí, para no asfixiarme voy a rodar un corto, juntándonos como hormigas laboriosas hemos fundado una especie de productora compuesta por hormiguitas que nos vamos a guisar y a comer las migajas: la historia es bonita pero insignificante: técnicos que no encuentran trabajo y a los que echaron de una productora sevillana que presentó suspensión de pagos y cuyo dueño, a los tres meses, había vuelto a fundar una productora con otro nombre, con otra cara dura, para seguir ganando el dinero que debía a mucha gente...
...La insignificancia, digo (trataré de no perderme esta vez, como suele ser habitual): terminar un guión que yo considero militante y terrible, radical, que necesitaba "sacar afuera" para "contar algo", y después leer el guión, y qué...
...Una vez lo hablamos tú y yo: hablamos de la insignificancia domesticada
de las redes sociales a raíz del vídeo de un policía que empujaba contra uncoche a dos chicas de catorce años. Mientras sigamos compartiendo el vídeo y
sigamos indignándonos en el muro de Facebook, todo bien. Mientras esto no se
convierta en una caza y captura a ese individuo (te dije), quiero decir caza y
captura de verdad, quiero decir identificarlo y esperarlo en la puerta de su
casa cuando esté sin uniforme, cuando vuelva de hacer la compra o de pasear, y
quiero decir pegarle una paliza, una paliza brutal como es brutal empujar a dos
chicas de catorce años contra un coche, porque es brutal y su uniforme no lo
legitima, porque es excederse en las funciones que le otorga el uniforme, la
situación seguirá bajo control para ellos. Mientras sigamos compartiendo en
nuestros muros los vídeos de Alberto Garzón diciendo unas perogrulladas tras
otras como si fuera el genio de la lámpara, todo bien para ellos. Mi amiga K me
contó cómo Soraya Sáenz de Santamaría se reía de unos manifestantes y los
ridiculizaba cuando regresaban de Cibeles, con sus banderitas, sus miserias, sus
angustias, desde la mesa de un restaurante de lujo. Estaba allí, junto a ella,
y la veía reírse y ridiculizar “las pintas”. Lo hacía porque puede reírse de
esa miseria y ella lo sabe; ella sabe que seguimos domesticados, y no se hace
una idea de hasta que punto todo es desesperado, sí, pero mientras sigamos
compartiendo vídeos de Alberto Garzón en Facebook y los acompañemos de frases
como: “Por fin alguien con los cojones para decir las verdades” y demás, ella
sabe que se puede reír tranquila; sabe que su integridad en la mesa del
restaurante de lujo no corre peligro; sabe que la violencia es unidireccional,
que los suyos manejan los tiempos y los demás nos indignamos en Facebook…
…Cuando hablo de ellos, hablo de una masa difusa e informe, sí, pero no lo
es tanto. Aquí viene lo segundo que me molesta de tu entrada: el nosotras, el
cuidarnos nosotras y el lamernos nosotras frente a la horda. Como si por el
hecho de que yo tenga una polla no esté en el mismo barco. Sé las implicaciones
y las raíces de ese nosotras, y sé que decir lo de la polla es ser reductivo y
demagógico. Sé lo que quieres decir, pero porque sé lo que quieres decir es por
lo que me molesta tanto, y me parece que en tu espina dorsal también debería
estar yo, es más, pienso que es erróneo que la división o la línea de flotación
del barco tenga que ver con nuestros penes y nuestras vaginas, sino más bien
con lo que está arriba y lo que está abajo. La violencia es extrema, sí, pero
tiene muchos frentes, y nos infecta desde la insignificancia, desde nuestra
insignificancia y desde esas pequeñas situaciones cotidianas en las que algo
chirría y contemplamos la pequeña e ínfima violencia de ese poder…
…Que unas empresas acuerden en una subasta el precio de la luz y eso se
traduzca en una subida del 11% sin que podamos hacer nada; que un suelo se
recalifique y pase a valer cientos de millones; que un niñato le escriba al
presidente de un banco para recriminarle no devolverle un favor de millones a
un expresidentes del gobierno al que le debe muchos favores; que una ley
reforme de nuevo la educación, las tasas judiciales, el reparto de un pastel
cada vez más miserable: eso es lo de menos. Bárcenas es si me apuras lo de
menos; y Díaz Ferrán, y las Agencias de Calificación y la ludopatía de juegos y
rescates financieros que responden a simples apuestas deportivas con el fin de
enriquecernos con un dinero especulativo; todo eso, en el fondo, es lo de
menos. La violencia es otra, y empieza por ejemplo en el tipo que conduce un
Jaguar y no respeta un ceda el paso o se salta un semáforo. Ese es el germen de
los que están arriba y los que están abajo, de los que siempre estarán arriba y
los que siempre estarán abajo…
…Cuando vivía en Nápoles iba al mercado de Porta Capuana: dos veces me
sucedió que, esperando mi turno en un puesto de fruta, alguien a quien todos
conocían, alguien acompañado de dos esbirros, de dos perros guardianes, se
acercaba al puesto, paralizaba todo el proceso de compras de frutas y verduras
de los demás, y se plantaba allí, y exigía su fruta y su verdura, porque su
tiempo de rata miserable valía más. Y lo hacía porque sabía que podía hacerlo.
Eso es la Camorra, ahí empieza su poder: no en las armas, no en el control de
la basura o de la droga, no en los ajustes de cuenta con un tipo asesinado en
un descampado de la periferia; la Camorra germina en la legitimación social que
unos cuantos le damos a un tipo que considera que tiene el derecho a saltarse
la norma de esperar su turno en una frutería por ser “quien es”, pero el hecho
es que la actitud sumisa de todos los que esperábamos nuestro turno le concede,
de manera efectiva, ese derecho, y se lo concede a un tipo al que todos odian y
todos temen, y que al marcharse con sus dos esbirros todo el mundo maldice…
…En estos días hemos leído los correos del hijo de Aznar a Blesa. Narrativamente
no son más que los correos de un niñato que torea irrespetuosamente a un
pelele. Bien, esos correos me han recordado a una noticia que tenía guardada en
la memoria, era una noticia breve, que leí cuando todavía vivía en Nápoles, en
la que se contaba que la policía italiana había detenido a ese mismo niñato por
ir con un “Porsche” a 160
km/h por la carretera Florencia-Pisa, limitada a 90 km/h. El niñato tiene mi
misma edad. Cuando leí esa noticia vivía en Nápoles, trabajando en lo que
podía, para terminar de licenciarme en Filosofía, jamás conduje un Porsche
hasta que, años después, trabajé de correveidile en Masterfoods, y tenía que
llevar a lavar o a que sincronizaran los blutooth de los Porsche, los BMW y los
Jaguars de los directivos, directivos que se reían de mí cuando les preguntaba
cómo se metía la marcha atrás: esa risa ante mi pregunta de tipo inferior a un
tipo superior la tengo en las sienes, Carolina, la recuerdo siempre, porque es
la risa de quien vive en otro mundo distinto al mío, de quien mueve los hilos y
marca los tiempos, de quien come mejor que yo, está más sano que yo, tiene
hijos más guapos que yo, más altos, más listos; son hijos que desde que tienen
18 años saben cómo se mete la marcha atrás en un Jaguar y que estudiarán en lugares
en los que yo jamás pondré un pie; son élites de cachorros que tomarán el
relevo. Tanto me dieron de sí esas risas cuando yo, hace pocos años, trabajaba
de correveidile en Masterfoods a través de la ETT Manpower, que me doy cuenta
de que fue en ese momento donde me entregué a esta especie de Sálvese quien
pueda en que me encuentro; a este intentar salir de aquí intentando hacer algo…
…Tengo la sensación de que todo ahora mismo está impregnado
de esa urgencia, de ese sálvese quien pueda; de hecho, a veces pienso que ante
el primer atisbo de locura, el primer síntoma de flaqueza, en nuestra vida
íntima, en nuestro núcleo más mínimo, también nos escapamos de esa manera;
también nuestra vida sentimental o familiar está impregnada de ese
desconcierto, de esa pequeña violencia…
…Estamos en el mismo barco, repito, pero somos
insignificantes y estamos domesticados…
…Hace años que intentar vivir de otra manera nos sale caro:
nos sale caro en cuanto a precariedad, nos sale caro en cuanto a desgaste, nos
sale caro a nivel práctico, Carolina: es la primera vez que afrontas unas
navidades sin dinero, dices. Sé lo que es eso, sé además lo que es tener que
priorizar y animalizarse. Nuestro problema es la animalización que tiene que
ver con la anestesia. Hace un año mucha gente se echó encima de Cristina
Fallarás porque escribió en un artículo que le harían falta 3000 euros al mes
para vivir dignamente. La horda le reprochaba sus pretensiones y sus aires de
grandeza porque vivían con 300 euros al mes. Yo me he acostumbrado a vivir con
muy poco. Yo, como Cristina Fallarás, también necesitaría 3000 euros al mes
para satisfacer mis necesidades y para vivir dignamente: soy un consumidor
voraz de libros y de cine, me gusta comer, me gusta cocinar, y un libro no
debería ser menos prioritario que la comida, lo cultural no debería pasar a un
segundo plano frente a lo fisiológico; pero mientras nos mantengamos en lo
fisiológico todo irá bien, seguiremos domesticados y seguiremos indignándonos
en Facebook, porque estamos a un click, y es barato, nuestra indignación en un
muro o en un blog va incluida en la factura de ADSL que le pagamos a una
compañía; es compatible reducirnos a simple fisiología y compartir un vídeo de
Alberto Garzón o de Toni Cantó diciendo perogrulladas mirando hacia la bancada
vacía donde debería sentarse la mayoría absoluta que nos gobierna gracias a que
el populacho reducido a fisiología lo hemos querido así, pero esa bancada no
está, porque el congreso, no sé si te has dado cuenta, suele estar vacío la
mayoría de las veces y sólo se llena para votar leyes como esa en la que,
hipotéticamente, me puede costar miles de euros insultar a un policía, aunque
lo haya visto empujando a dos niñas de catorce años contra un coche…
…Yo seguiré escribiendo gilipolleces en este blog, seguiré
intentando escribir novelas tirando de ahorros, intentando poner en marcha la
producción de un corto con esfuerzo de hormiga y contando con gente que no está
haciendo nada porque no tiene nada que hacer y no sabe adónde ir, y haciendo traducciones
que no me pagan, o proponiendo proyectos que nadie compra (¿Te he contado lo de
mi proyecto de taller de cine en el ayuntamiento de Salteras? ¿Te he contado
que después de haber llevado un proyecto de taller de cine con chavales durante
el verano fui a proponerle hacer un proyecto similar durante el año, porque los
chavales además lo pedían a la que lleva Asuntos Sociales? ¿Te he contado que
estuve un mes durante muchas horas trabajando perfilando el proyecto con un
colega y que, a pesar de que vivo a más de 200 kilómetros de
Sevilla acordé una reunión con el concejal de cultura y juventud para
explicarle el proyecto, y que acordé esa reunión 11 días antes? ¿Te he contado
que fui a Sevilla y que una hora antes de la supuesta reunión el señor concejal
no podía reunirse conmigo?) y en algún momento me tendré que salvar, y buscarme
un curro normal, irme de aquí, y dejar de escribirle a un editor proponiéndole
una traducción, o de traducir libros sin red, sin nada, quitándome tiempo,
quitándole tiempo a los míos, a lo mío, para que después de un mes nadie se
digne a contestarte, o de dedicarle un tiempo a fondo perdido a tantas cosas
sólo por el hecho de apostar cuando no salen las cuentas entre las horas de
trabajo y el dinero percibido…
…Me niego a seguir lloriqueando. Me niego a dejarme la piel
cuando al más mínimo indicio de falta de talento flaquean mis piernas. Me niego
a escribir un panfleto de 170 páginas sobre un desahucio o a resignarme a la
risa condescendiente de quien recibe mi pregunta de cómo se mete la marcha
atrás de un Jaguar. Un desahucio es la punta del iceberg, y estar en la calle
también. Todo empieza antes y ese antes es una larva que podemos aplastar
fácilmente con el zapato. Me niego a que la élite siga estando arriba y yo siga
estando abajo. Entre el arriba y el abajo, en nuestra insignificancia, está el
margen. Cuando la subversión es también domesticada (la novela sobre un
desahucio) y cuando uno no se infiltra en el poder ínfimo, no infecta la
pequeña violencia mínima y diaria, cuando seguimos dentro de las mismas reglas,
y no al margen, no fuera de los focos; ellos, la horda, la élite, el niñato que
torea a un pelele director de un banco que ha estafado a miles de personas,
diez años después de espetarle a un policía italiano, apoyado en su Porsche,
“usted no sabe con quién está hablando”, ellos seguirán ahí, y se reirán de
nuestras pintas, de lo mucho que nos lamentamos por no tener dinero para pasar
las navidades, y seguirán felicitando a los policías que empujan a niñas de catorce
años contra un coche en marcha. En el fondo, mientras estemos domesticados,
todo les da igual, porque ellos no se encuentran en medio de la pura
fisiología, la lucha por el mendrugo de pan, el miedo a perder lo poco que uno
tiene, no. Para tener miedo por tu integridad física, para dudar de que sean
suficientes los esbirros que te protegen, hace falta sentir el aliento en la
espalda de una horda desesperada que va a por ti, que sabe dónde vives, que no
te va a dejar pasar ni una. Y no es el caso, Carolina, no es el caso. ¿La
prueba? Aquí nos tienes, hablando de esto a través de Blogger, en vez de estar
dedicados, consciente y minuciosamente, a armarnos de verdad…
Miguel Ángel Maya
20 de diciembre de 2013
P.D. Las fotos son de Saul Leiter
*