Ghost G. Writer (Cuarto Acto)
Los tacones resuenan rítmica y
criminalmente por toda la calle tras el telón de fondo —valga la redundancia—
de la lluvia. Ghost G. Writer intenta divisar el rostro. Está en el cuarto acto
y sabe que es ahora donde tendría que situar el punto culminante de la
historia, para dar el golpe de gracia en el quinto y último acto. Además, mira
al patio de butacas vacío, consciente de ese XXX por el que quisiera dejarse
llevar —imagina a una chica masturbándose tras una de esas sórdidas ventanas de
cristales rotos, chupándose los dedos con los que se masturba, corriéndose,
gimiendo, llamándolo—. Imagina. Pero el hecho de encontrarse en esta
fantasmagoría urbana de casas ha provocado que la historia se le haya escurrido
de las manos, como se ha perdido en las manos de la chica que se masturba en la
absurda y morbosa oscuridad del abandono, como ha perdido el sonido de los
tacones rojos, el cañón en sus vértebras, rociado por un «¿Cómo estás, encanto?»
que le ha helado la sangre en las venas.
(Continuará)