...Llueve. Camino por la ciudad bajo un concierto de gaviotas. Llevo sombrero. Escribo. Hago un alto en el camino que se llama Mercadona o que se llama excusa. Un niño de unos cinco o seis años le explica a un señor mayor que aunque parezca que la Tierra está quieta "sólo lo parece porque no para de moverse". Sigo a la extraña pareja, el niño explica apasionadamente con un sinfín de gestos que contrastan con los pasos cansados del señor mayor. "Entonces, ¿lo entiendes ahora, abuelo?", dice como dándole la última oportunidad para no darse por vencido. El abuelo sonríe y dice que sí, que ahora sí lo ha entendido. Vuelvo. Afuera llueve. Las gaviotas prosiguen con su concierto de graznidos. A veces consigo oler el mar y el olor se mezcla con el de la lluvia. Titila el documento word y veo mi reflejo en la ventana. Miro mis dedos y mis ojeras. Bruillard, pienso casi sin querer. Se me viene esa palabra. Me acuerdo de Seigfried Meir y de Georges Moustaky. Me asomo a mi garganta y vuelve a ser como un pozo. Escribo y lloro. Uno no debería hacer los dos verbos a la vez salvo que esté en la cubierta de un barco o salvo que ese barco se hunda y uno quede atrapado en la sala de mandos y quiera que la tinta se vaya borrando en el fondo del mar. Bruillard, repito. Hablo con M. Es la primera vez que hablo con una directora de cásting. Tiene acento andaluz. Soy un director de cine amateur. Llueve. Bruillard...
Miguel Ángel Maya
12 de febrero de 2014
P.D. La foto está tomada de aquí.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario